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Integración regional e identidad nacional

jueves, 23 de octubre de 2008

Por Jorge Larraín


Entre los muchos ángulos que un debate sobre la integración regional puede
asumir, a mí me interesan los aspectos culturales y de identidad. ¿Qué elementos
culturales e identitarios en América Latina favorecen u obstaculizan la integración
regional? En América Latina hay muchos elementos culturales comunes
que podrían favorecer la integración, pero hay muchos elementos
identitarios nacionales que la desfavorecen. Tenemos una historia compartida
durante tres siglos de dominación española, guerras de independencia en las
que los criollos de varios países lucharon juntos, la misma lengua, una religión
mayoritaria y muchos otros factores sociales, económicos y culturales comunes.
Pero, al mismo tiempo, existen también identidades nacionales muy fuertes,
que a menudo se definen por oposición a “otros” latinoamericanos, en
especial países vecinos. Piénsese en cómo los chilenos tienden a definirse en
oposición a argentinos, peruanos y bolivianos. Los colombianos en oposición a
venezolanos, los ecuatorianos en oposición a peruanos, los brasileños en oposición
a argentinos, etcétera. En estos casos, se hace más énfasis en las diferencias
que en las similitudes. Aun si encontramos rasgos culturales comunes, las diferencias entre países del área son enormes. Piénsese en las diferencias que existen
entre Argentina, Perú, Nicaragua, Colombia y México, para mencionar sólo
algunos países. ¿Significa esta diversidad que nuestras posibilidades de integración
son escasas?
En teoría, la diversidad nunca ha sido un obstáculo insuperable para la
construcción de una identidad colectiva. De hecho, se puede sostener que la
mayoría de las identidades nacionales latinoamericanas han sido construidas
sobre la base de una gran diversidad cultural. Si la gente cree lo contrario es
porque los discursos de identidad nacional a menudo tienden a ocultar cuidadosamente
la diversidad cultural que subyace a la nación. Las versiones
públicas de identidad nacional casi siempre nos quieren hacer creer que hay
una sola y verdadera versión de la identidad que se ha formado por una evolución
histórica casi natural y que es compartida por todos en la sociedad,
que se puede determinar con precisión lo que pertenece a ella y lo que está
fuera. Todo esto está lejos de ser cierto.
Si el Estado ha jugado un rol central en la construcción de las identidades
nacionales en América Latina, a través de sus propios rituales, celebraciones y
tradiciones inventadas, pero también aprovechando las dificultades, catástrofes,
divisiones y, particularmente, guerras, es precisamente por la necesidad de
integrar una enorme diversidad cultural en la base de la sociedad.
Si la mayoría de las identidades nacionales se construyen a partir de la diversidad
cultural, esto es más claro aún en el caso de las identidades regionales.
Aun si las diferencias entre países son grandes y la historia muestra que las
identidades nacionales desplazaron a la identidad latinoamericana a un segundo
plano, es posible construir una identidad latinoamericana más fuerte. El
mejor ejemplo de que esto es posible es Europa. Sus elementos culturales unificadores
son muchos menos que en América Latina, su pasado histórico está
plagado de guerras y divisiones hasta la segunda mitad del siglo XX y, sin embargo,
hoy día se ha embarcado en un proceso de integración que se proyecta
en la construcción de una identidad común y que, a pesar de las dificultades,
ha progresado mucho.
Claro que para que un proceso de fortalecimiento de una identidad común
tenga alguna chance de éxito se requiere la presencia de dos elementos
importantísimos: el compromiso político fuerte y duradero de los estados miembros
y la conveniencia económica mutua. Ninguna de estas dos condiciones
existe plenamente en América Latina hasta el momento y, aunque en el plano
de la energía comienza a esbozarse un cambio, los intereses económicos contrapuestos
subsisten.
Además, por sí mismas, estas precondiciones no garantizan la construcción
de una identidad común fuerte. Es paradojal que aunque en Europa hay una
fuerte voluntad política de integrar instituciones económicas y políticas, la identidad
cultural común es todavía comparativamente débil, mientras en AméricaLatina lo contrario es cierto: hay una identidad
cultural común más fuerte que no es correspondida
por una voluntad política de integrar. Sin embargo
las chances de Europa de construir una identidad
cultural común son más altas que las chances
de América Latina de integrarse económica y políticamente.
En América Latina, precisamente por
la existencia de una identidad regional más fuerte
que la europea, predomina la pregunta sobre cómo se van a preservar las identidades
nacionales.
Es importante hacer una distinción entre cultura e identidad. La cultura es
algo más general porque incluye todas las formas simbólicas y la estructura de
significados incorporados en ellas. La identidad es, en cambio, algo más particular,
porque implica un relato que utiliza sólo algunos de esos significados
presentes en las formas simbólicas mediante un proceso de selección y exclusión.
La cultura nunca tiene la unidad y estabilidad que tiene una identidad y
sus componentes simbólicos son normalmente de orígenes muy variados. Las
culturas son sistemas relativamente abiertos compuestos por una gran cantidad
de significados y formas simbólicas de variados orígenes y permeables a nuevas
formas simbólicas y significados que provienen de otras culturas, especialmente
en la época de la globalización, donde los contactos se han intensificado
fuertemente.
Así, por ejemplo, formas musicales, arquitectónicas, televisivas, literarias y
gastronómicas de las más variadas culturas entran hoy con relativa facilidad
en otras. Lo que no significa necesariamente que afecten la identidad colectiva
de esas sociedades, aunque es posible que a la larga en algún aspecto puedan
hacerlo. La identidad a su vez, aunque sea un discurso, tiene mucho
mayor estabilidad en el tiempo que la cultura. Porque no es cualquier discurso,
es un destilado narrativo de modos establecidos y sedimentados de vida.
De allí que la cultura cambia más rápido que la identidad. Por ejemplo, el
tango es en muchos sentidos una forma musical aceptada y valorada en toda
América Latina. Es parte de nuestra cultura. Pero no forma parte del relato
identitario chileno o peruano. En América Latina la cultura común es más
fuerte que la identidad común.
Al pensar en la integración, la pregunta más acuciante no es si la integración
regional afectará las identidades nacionales sino la inversa: ¿cómo afectan
las identidades nacionales al proceso de integración? ¿Hasta qué punto ciertas
versiones exclusivistas y triunfalistas de la identidad nacional en varios de nuestros
países podrían constituirse en un obstáculo para una verdadera integración?
Más aún, me parece relevante también preguntarse si algunos elementos
culturales comunes en América Latina favorecen o desfavorecen la integración.
Empecemos con esta última pregunta.
Claudio Véliz ha sostenido, con buenas razones, que en América Latina se
dan cuatro ausencias históricas claves que condicionan los orígenes de la modernidad
y que marcan diferencias sustanciales con la modernidad europea: la
ausencia de feudalismo, la ausencia de disidencia religiosa, la ausencia de una
revolución industrial, la ausencia de algo parecido a la Revolución Francesa.1
Si esto se pone en términos positivos, es decir en términos de lo que realmente
existió en el lugar de estas ausencias, se podría decir que, en primer lugar,
hubo centralismo político no desafiado por poderes locales; en segundo lugar,
un monopolio religioso católico no amenazado por denominaciones protestantes
ni por movimientos religiosos populares; en tercer lugar, un monopolio
económico exportador de materias primas al comienzo y, posteriormente, una
limitada industrialización promovida y controlada por el Estado, que no creó
ni una burguesía ni un proletariado industrial fuertes e independientes; y, por
último, un poder político autoritario que dejó paso a una democracia creada
formalmente desde arriba, sin base de sustentación burguesa o popular y, por
lo tanto, marcadamente no participativa. Todos estos elementos apuntan a una
marcada tradición cultural centralista en América Latina.
Algunos autores han expresado, de una manera que me parece sugerente,
la diferencia entre Europa y América Latina con la distinción entre una estructura
policéntrica de la modernidad europea y una estructura concéntrica de la
modernidad latinoamericana.2 Las sociedades modernas europeas serían
policéntricas porque sus diversos sistemas diferenciados tales como la política,
el derecho, la economía, la religión, la ciencia y el arte tienen un “alto nivel de
autonomía y capacidad de auto-organización” que impide “que uno de ellos
asuma el control de los demás y se sitúe en el centro de la sociedad”.3 En cambio,
en las sociedades concéntricas latinoamericanas, aunque existe diferenciación
funcional, ello no ha impedido una primacía del sistema político sobre las
otras esferas parciales a las que instrumentaliza y utiliza, imponiéndoles su propia
lógica.4 En otras palabras, la autonomía de la política se realiza a costa de la
autonomía de otras esferas.
Al menos como hipótesis es posible plantear que el centralismo, como rasgo
cultural extendido en América Latina, y el carácter concéntrico de la modernidad
latinoamericana, son un obstáculo a la integración regional en la
medida que ésta implica una pérdida de control central. La política y los políticos
en América Latina son muy celosos de sus poderes centralizados de control
para aceptar posibles cesiones de soberanía o la competencia de otros poderes
centrales. Ellos están acostumbrados a concentrar el poder.
A estos rasgos culturales hay que agregar las debilidades de la identidad
latinoamericana. No sólo le falta una base popular más fuerte, sino sobre todo
el apoyo efectivo de las clases dirigentes, cuyo discurso público ha sido por
mucho tiempo nacionalista y subraya más las diferencias que las concordancias
con otros países del área. De allí que por mucho tiempo el discurso integracionista en América Latina ha sido meramente retórico y que pocas veces
se ha transformado en hechos concretos. Los procesos de integración requieren,
por lo tanto, de una actitud diferente y más crítica frente a las identidades
nacionales. No se trata de eliminarlas sino más bien de entenderlas en
otra forma. Frente a las necesidades de la integración, cabe preguntarse ¿qué
tipo de identidad nacional le estamos enseñando a nuestros niños? ¿Es abierta
o cerrada, receptiva u oposicional? ¿Cómo contamos nuestra historia y la de
nuestros vecinos? ¿Qué hechos destacamos y cuáles omitimos?
La pregunta por la identidad es no sólo ¿qué somos? sino también ¿qué es lo
que queremos ser? En ese horizonte que se proyecta hacia el futuro debe inscribirse
una perspectiva latinoamericanista e integracionista. En la construcción
del futuro de acuerdo a ese proyecto no todas las tradiciones históricas nacionales
son igualmente válidas y buenas. Como lo ha planteado Habermas, es
necesario mantener un espíritu crítico frente a la identidad nacional para decidir
políticamente si continuar o no con algunas tradiciones nacionales que nos
separan de los otros países de la región.5
Chile se prepara en estos días para la celebración del bicentenario de la
nación el año 2010 y con esta ocasión ha empezado a reflexionar sobre la identidad
nacional y su estado actual. Al acercarnos a los dos siglos de vida independiente
es obvio que tiene mucho interés evaluar el camino recorrido, de dónde
se viene y cómo se ha cambiado, cuáles son los rasgos más estables y si se ha
mantenido un rumbo discernible, qué ha dado resultado y qué ha fracasado.
Las identidades nacionales, y por lo tanto la identidad chilena, no son esencias
fijas, se construyen en el tiempo y van cambiando. Dar cuenta de esos cambios,
reflexionar sobre lo que se ha hecho y sobre el curso actual que se sigue, es sin
duda de primera importancia para el aniversario, más aún cuando los embates
de la globalización hacen pensar a muchos que la identidad chilena está amenazada
o desdibujándose bajo el impacto de otros valores y otras culturas.
Como parte de esta reflexión ha surgido también la pregunta por América
Latina y más concretamente por el vecindario de Chile. Esto no sólo porque en
principio parte importante de lo que Chile es y ha ido construyendo es, en sí
mismo, latinoamericano, y se comparte con otros más allá de las fronteras, sino
también porque una serie de desencuentros y problemas con los vecinos ha
puesto esta pregunta sobre la mesa con más fuerza que nunca. Primero fue un
caso de espionaje chileno en el consulado argentino de Punta Arenas, el problema
de los recortes del gas argentino, el no cumplimiento de contratos y
acuerdos y las revelaciones del apoyo chileno a Inglaterra durante el conflicto
de las Malvinas; después vino el conflicto con Bolivia por las aguas del río Silala,
la ofensiva internacional boliviana por una salida al mar, la cancelación de la
exportación de gas boliviano por Chile y de la venta de todo gas a Chile, y el
intenso lobby boliviano para impedir que un chileno fuera secretario general
de la Organización de Estados Americanos (OEA); por último Perú descubre un nuevo problema de demarcación de la frontera marítima con Chile, ordena
clausurar una planta de pastas con una pérdida de 30 millones de dólares para
el grupo chileno Luksic, y plantea reclamos más o menos airados, primero por
la muerte de un inmigrante ilegal peruano a manos de la marina chilena en el
límite fronterizo, segundo por una venta de armas a Ecuador durante su conflicto
con Perú diez años atrás, tercero por un video difamatorio de Lima que
se pasó en los aviones de Lan Perú, y cuarto por las pinturas sobre muros incaicos
de dos grafiteros chilenos en el Cuzco.
La frecuencia y extensión de los incidentes con los tres países limítrofes ha
hecho surgir muchas preguntas. En Chile se habla de vivir en un barrio complicado.
La disyuntiva es aislarse y protegerse o, por el contrario, abrirse e integrarse.
Se pone así en juego una dialéctica entre lo nacional y lo regional que
incide directamente sobre los modos como Chile ve su destino, sea separado o
integrado con sus vecinos. Dado que las identidades nacionales no sólo miran
al pasado como la reserva privilegiada donde están guardados sus elementos
principales, sino que también miran hacia el futuro (identidad como proyecto6),
surge la pregunta clave sobre qué rol quiere Chile que juegue su región, el
lugar geográfico donde se ubica y con el que comparte una historia común, en
su proyecto futuro. Ésta es una pregunta que, quiéralo o no, tiene que responder.
Por una parte los problemas que Chile ha tenido con sus vecinos en los
últimos años, más la creciente afirmación de un discurso identitario exitista y
excepcionalista hablarían de una dinámica de separación y camino propio, pero
por otra parte, y contrariamente a lo que podría pensarse, de los problemas
enumerados surge también la duda de si Chile podrá tener éxito sin la ayuda
de sus vecinos. Lo que ha pasado con el gas tipifica esto, y en estos días Chile es
el más activo impulsor del anillo energético que integraría al cono sur.
Sin embargo, los procesos modernizadores han producido en Chile un nuevo
discurso identitario que conspira contra la idea de expandir la integración
latinoamericana. Se trata de un discurso empresarial sobre la identidad chilena
que se caracteriza por cuatro elementos.
1) Chile país exitoso o ganador. Se concibe a Chile como un país emprendedor
donde se destacan el empuje, el dinamismo, el éxito, la ganancia y el
consumo como los nuevos valores centrales de la sociedad chilena. Es un Chile
que conquista mercados en el mundo y que invierte exitosamente en los países
vecinos. Es un Chile que aventaja a sus vecinos. Así como se hablaba de los
cuatro tigres asiáticos, en el Chile de los noventa se hablaba de ser el jaguar de
América Latina.
2) Chile país diferente. La idea central es que Chile es un país distinto al
resto de América Latina, un país de rasgos europeos, donde las cosas se hacen
bien, seriamente, donde hay poca corrupción. Se contrasta esto con las
dificultades de los vecinos que se atribuyen al desorden político y las malas políticas económicas. La decisión de exhibir un iceberg en la Exposición
Mundial de Sevilla en 1992 quería simbolizar un país cool, exento de todo
tropicalismo. Hasta 1973 Chile se consideraba inserto en un proyecto compartido
con América Latina. Hoy Chile parece creer en su carácter excepcional
dentro de América Latina. Esto no es sólo una creencia infundada sino
que tiene una base material objetiva: Chile se excluye de participar plenamente
en proyectos comunes como el Mercosur por su propia realidad económica
y por sus políticas económicas muy distintas a las de sus socios potenciales.
Chile no sólo se siente más próximo a Europa y Estados Unidos, los
tratados de libre comercio con ellos demuestran que de hecho ellos son sus
socios verdaderos. La percepción de ser diferente acarrea bastantes problemas.
Fomenta una cierta arrogancia en los chilenos y ocasionalmente respuestas
no muy amistosas de nuestros vecinos. Algunos analistas internacionales
incluso hablan del creciente aislamiento de Chile en América Latina.
3) Chile país desarrollado. Desde 1990, más o menos, el discurso empresarial
sobre la identidad chilena ha ido proyectando la imagen que Chile ya ha
dejado de pertenecer al Tercer Mundo y ha pasado a compartir destinos con
una comunidad más selecta y pequeña dentro de los países periféricos: la de los
países en vías de desarrollo más exitosos (los cuatro tigres asiáticos). Se trata de
países con altas tasas sostenidas de crecimiento económico y cuyo desarrollo es
impulsado por las exportaciones. Desde fines de los años ochenta una de las
aspiraciones más sentidas del mundo intelectual y político chileno es llegar a
pertenecer a la comunidad de los países desarrollados, algo que muchos creen
que está a la mano.7
Si en los años sesenta Chile era una sociedad consciente de los obstáculos al
desarrollo y sin muchas ilusiones sobre el entorno internacional, hoy día en el
discurso empresarial prima el voluntarismo y la pérdida de conciencia acerca
de los límites que impone la globalización. Mientras en el período que va de
1950 a 1973 había clara conciencia sobre la necesidad del desarrollo pero no
necesariamente mucho optimismo sobre la posibilidad real de alcanzar la meta
en el mediano plazo, en los noventa se expande una conciencia de que llegar a
ser un país desarrollado es no sólo posible sino que Chile está relativamente
cerca de esa meta. Incluso el tercer gobierno de la Concertación se plantea
como objetivo que Chile sea un país desarrollado para 2010, fecha del segundo
centenario de la independencia.
En muchos sectores la idea de crecer a un siete u ocho por ciento anual se
ha transformado en una especie de derecho que tienen todos los chilenos, que
si no puede ejercitarse o no se logra es por fallas de las políticas públicas o la
falta de visión de los gobernantes. Paradójicamente, en una época de
globalización acelerada que muestra con claridad creciente los
condicionamientos internacionales que limitan el crecimiento de un país, sectores
importantes de las elites chilenas todavía creen que sólo es cuestión de voluntad, de libertad de mercados, de desregulación, de políticas adecuadas.
Se lamenta como un fracaso el crecimiento de alrededor de tres por ciento
entre el 2000 y el 2004, porque Chile se demorará mucho en llegar a ser “país
desarrollado”, sin ver que en las circunstancias internacionales del momento se
trata de un éxito. Al parecer, diez años de altas tasas de crecimiento terminaron
por convencer a muchos sectores de que las políticas adecuadas bastan. Lo que
dista de ser realista dentro del sistema capitalista mundial.
4) Chile país modelo. El discurso identitario empresarial plantea que Chile
es un modelo para otros, especialmente para América Latina. Se precia y enorgullece
de que instituciones internacionales como el Banco Mundial o el Fondo
Monetario Internacional, y también políticos europeos y norteamericanos,
hayan indicado en varias ocasiones que Chile ha hecho las cosas bien y que
otros debieran seguirnos. Puede ser que ésta sea una imagen propia de las elites.
Pero esta versión circula ampliamente en los medios y muchos ciudadanos comunes,
agobiados por las deudas o el desempleo, obtienen de ella alguna satisfacción
vicaria. (¿Se acuerdan de la “identificación con el agresor” de Freud?)
Es claro que esta versión de la identidad nacional chilena representa un
obstáculo para la integración regional. Pero es bueno recordar que se trata
sólo de una versión, que por más que se haya expandido en la última década no
es “la identidad chilena”. Ningún país tiene una sola versión de identidad. Si
hay algo que diferencia a las identidades individuales de las identidades nacionales
es que las primeras normalmente tienen un solo relato sobre sí mismas,
mientras las segundas tienen varios que responden a la gran variedad de modos
de vida, intereses políticos, regionales y de clase. En este sentido la identidad
nacional es siempre un campo de lucha donde varias versiones públicas buscan
interpelar a la gente para convencerla de su visión. La versión empresarial ha
sido exitosa en Chile, pero dista de ser la única y universalmente aceptada. Hay
otros discursos subordinados y más precarios, que quizás todavía ni siquiera
tienen la entidad de una versión bien elaborada pero cuya orientación está
abierta a América Latina y buscan articularse con una identidad regional. La
pregunta es si finalmente se van a imponer o no.
Una tal articulación no sólo es posible sino que, hasta un cierto punto, ha
existido hasta hoy. En América Latina siempre ha existido una conciencia de la
identidad latinoamericana articulada con las identidades nacionales. Se ve en
los ensayistas, en la literatura, en el disfrute mutuo de la música, las novelas, los
bailes y las telenovelas de la región y aun en la transferencia de lealtades en las
copas mundiales de fútbol. Lo que pasa es que, a pesar de esto, la identidad
regional no es lo suficientemente fuerte frente a las identidades nacionales.
Pero eso puede cambiar. Las identidades se construyen, no están dadas de una
vez para siempre.
Desde el punto de vista de estas versiones subalternas, la gran tentación de
Chile es proyectarse al bicentenario como una nación excepcional y diferente al resto de América Latina, como una nación que intenta reforzar su identidad
propia a costa de su identidad latinoamericana. Después de los traumáticos
diecisiete años de dictadura, Chile ha sufrido profundas divisiones internas y
no es sorprendente que muchos de sus mejores esfuerzos se dirijan a reconstituir
su unidad resquebrajada por los antagonismos políticos exacerbados y las
violaciones a los derechos humanos. Al mismo tiempo un gran acuerdo sobre
una política económica de corte liberal parece unir a la mayoría de los sectores
políticos. Así se entiende un poco esa autorreferencialidad que nos caracteriza
ahora último, esas ansias por constituirnos en modelo, por llegar a la meta
antes que los demás. Pero es muy importante evitar que la reconstrucción de la
unidad interna se haga a costa de la integración latinoamericana, acentuando
diferencias y aislándonos en nuestra autocomplacencia. Nuestro destino está
en América Latina. El bicentenario debe ser una celebración de la identidad
chilena como voluntad de integración con el resto de América Latina. 

1ª Evaluación Blogs del curso

jueves, 2 de octubre de 2008

Ésta es la pauta de evaluación que se aplicará para la revisión de los blogs del curso. Recuerden completar las actividades pendientes.


Los temas que deben estar desarrollados son los siguientes:

  • El Amor
  • Comenatrio texto Identidad Latinoamericana (texto que aparece en una de las entradas anteriores)
  • Elaboración de los tres textos de carácter personal. Ésto stextos deben ser entendidos como una reflexión o comentario sobre el tema elegido por ti para desarollar el blog o cualquier otro tema de interés general.

Diseñando un Sitio en la Red : Blog Literatura e Identidad

Nombre del estudiante: ________________________________________


CATEGORÍA

4

3

2

1

Contenido

El sitio en la red tiene un propósito y un tema claros y bien planteados y son consistentes en todo el sitio.

El sitio en la red tiene un propósito y un tema claros, pero tiene uno ó dos elementos que no parecen estar relacionados.

El propósito y el tema del sitio en la red son de alguna forma confusos o imprecisos.

El sitio en la red carece de propósito y de tema.

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Las gráficas están relacionadas al tema/propósito del sitio, su tamaño está cuidadosamente selecionado, son de alta calidad y aumentan el interés o el entendimiento del lector.

Las gráficas están relacionadas al tema/propósito del sitio, son de buena calidad y aumentan el interés o el entendimiento del lector.

Las gráficas están relacionadas al tema/propósito del sitio y son de buena calidad.

Las gráficas parecen haber sido escogidas al azar, son de baja calidad o distraen al lector.

Información de Contacto

Cada página del sitio contiene una declaración de autoría, nombre de la escuela y fecha de publicación/fecha de la última actualización.

Casi todas las páginas del sitio contienen una declaración de autoría, nombre de la escuela y fecha de publicación/fecha de la última actualización.

La mayoría (75-80%) de las páginas del sitio contienen una declaración de autoría, nombre de la escuela y fecha de publicación/fecha de la última actualización.

Varias páginas del sitio contienen la declaración de autoría, nombre de la escuela y/o fecha de publicación/fecha de la última actualización.

Precisión del Contenido

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Casi toda la información provista por el estudiante en el sitio web es precisa y todos los requisitos de la asignación han sido cumplidos.

Casi toda la información provista por el estudiante en el sitio web es precisa y casi todos los requisitos han sido cumplidos.

Hay varias inexactitudes en el contenido provisto por el estudiante o muchos de los requisitos no están cumplidos.

Tipo de Letra

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Las páginas se ven llenas de información o son confusas. Es a menudo difícil localizar elementos importantes.

Trabajo etnias originarias


El trabajo consiste en la búsqueda en sitios de noticias electrónicos las referencias hechas en torno a los pueblos originarios. A partir de esta observación cada aprendiz debe crear una entrada alusiva al tema de la imagen que los medios en la actualidad entregan sobre los pueblos originarios.

Este escrito debe basarse en una argumentación crítica en torno al tema, señalando, entre otras cosas, la influencia de los medios de comunicación en la conformación de un estado de opinión en el público receptor. Por otra parte, debe señalarse las fuentes a partir de las cuáles surge la opinión (por lo menos 5)
Esta actividad será considerada como entrada para la segunda nota acumulativa de blogs.

Evaluación Blog

Ésta es la pauta de evaluación que se aplicará para la revisión de los blogs del curso. Recuerden completar las actividades pendientes.


Los temas que deben estar desarrollados son los siguientes:

  • Identidad a través de un personaje
  • Identidad chilena y globalización
  • Experiencia literaria.
  • Ensayo a partir de José Martí y Alejo Carpentier.

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Historia del Mío Cid

lunes, 8 de septiembre de 2008



Modernidad e Identidad en América Latina

jueves, 14 de agosto de 2008

El tema de la modernidad en América latina está lleno de paradojas históricas. Fuimos descubiertos y colonizados en los albores de la modernidad europea y nos convertimos en el "otro" de su propia identidad, pero fuimos mantenidos deliberadamente aparte de sus principales procesos por el poder colonial.

Abrazamos con entusiasmo la modernidad ilustrada al independizarnos de España, pero más en su horizonte formal, cultural y discursivo, que en la práctica institucional política y económica, donde por mucho tiempo se mantuvieron estructuras tradicionales y/o excluyentes. Cuando por fin la modernidad política y económica empezó a implementarse en la práctica durante el siglo XX, surgieron sin embargo las dudas culturales acerca de si realmente podíamos modernizarnos adecuadamente, o de si era acertado que nos modernizáramos siguiendo los patrones europeos y norteamericanos. Se ampliaron los procesos modernizadores en la práctica pero surgió la pregunta inquietante acerca de si podíamos llevarlos a cabo en forma auténtica. De este modo podría decirse que nacimos en la época moderna sin que nos dejaran ser modernos; cuando pudimos serlo lo fuimos sólo en el discurso programático y cuando empezamos a serlo en la realidad nos surgió la duda de si esto atentaba contra nuestra identidad.

Desde principios del siglo XIX la modernidad se ha presentado en América latina como una opción alternativa a la identidad tanto por aquellos que sospechan de la modernidad ilustrada como por aquellos que la quieren a toda costa. El positivismo decimonónico, por ejemplo, quería el "orden y progreso" que la Ilustración podía darnos, y por eso se oponía fuertemente a la identidad cultural indo-ibérica prevaleciente. Su afán modernizador llegaba hasta el extremo de desconfiar de los propios elementos raciales constitutivos indígenas y negros porque supuestamente no tenían aptitudes para la civilización(2). Sarmiento, por ejemplo, explícitamente argumentaba que la verdadera lucha en América latina era una lucha entre civilización y barbarie. La primera estaba representada por Europa y los Estados Unidos; la segunda, resultaba de la inferioridad racial. Prado mantenía que el principal obstáculo para el progreso en América latina provenía del factor social primario: la raza. Gil Fortoul, a su vez, argüía de manera similar que algunas razas, como la europea, tenían mejores aptitudes que otras para la civilización. No debe sorprender entonces que algunas de las políticas que propugnaban para modernizar a América latina consistían en mejorar su raza mediante la inmigración de europeos blancos.

Las teorías optimistas de la modernización de los años 50 definen a América latina en transición a una modernidad cuyo modelo o paradigma es sacado de las sociedades europeas y norteamericana. El proceso de modernización se concibe como una necesidad histórica que repite el camino recorrido por las sociedades avanzadas y, aunque existen obstáculos proveniente de una cultura tradicional, a la larga es prácticamente inevitable. En muchas de las posiciones neoliberales contemporáneas en Latinoamérica está implícita la idea de que la aplicación de políticas económicas apropiadas es la condición suficiente de un desarrollo acelerado que inevitablemente nos llevará a una modernidad similar a la norteamericana o europea. De un modo similar, Claudio Véliz exalta hoy día la modernidad de tipo anglosajón que está llegando a América latina en la medida que nuestra supuesta identidad barroca, bombardeada por artefactos de consumo, ha empezado a desaparecer en los noventa(3).

Pero también aquellos que se oponen a la modernidad ilustrada en el siglo XX lo hacen en función de nuestra supuesta identidad de sustrato religioso, indígena o hispánico(4). Para los indigenistas la modernidad ha atentado contra nuestra verdadera identidad que se sitúa en las tradiciones indígenas olvidadas y oprimidas por siglos de explotación desde la conquista. Para los hispanistas nuestra identidad está en los valores cristiano-españoles que han sido olvidados por los procesos modernizadores desde la independencia. Tanto el uno como el otro proponen volver al pasado para encontrar en la matriz cultural indígena o española la esencia perdida de nuestro ser. En época más reciente Morandé, critica los intentos modernizadores en América latina porque niegan nuestra verdadera identidad. La modernización, tal como ha ocurrido en América latina, sería antitética con nuestro ser más profundo en la medida que ha buscado su último sostén en el modelo ilustrado racional europeos(5). La elite intelectual y dirigente de América latina ha sido incapaz de reconocer sus raíces culturales más profundas de sustrato católico y por eso ha conducido a sus países a experimentos modernizantes que, al oponerse a nuestra verdadera identidad, sólo podían fracasar.

Entre estos dos extremos están aquellos como Octavio Paz y Carlos Fuentes que, sin oponerse ni adherirse explícitamente a la modernidad ilustrada, tratan de mostrar cuán difícil ha sido el proceso de modernización latinoamericano debido al legado hispánico barroco, hasta el punto que, para Fuentes "somos un continente en búsqueda desesperada de su modernidad"(6) y para Paz, desde principios del siglo XX estaríamos "instalados en plena pseudo-modernidad"(7). De algún modo, nuestra identidad habría dilatado la búsqueda de modernidad o habría permitido que alcanzáramos sólo un remedo de modernidad.

Es curioso comprobar como, a pesar de las diferencias entre todos estos autores y de sus posturas favorables, neutrales u opuestas a la modernidad, en todos ellos la modernidad se concibe como un fenómeno eminentemente europeo que sólo puede entenderse a partir de la experiencia y autoconciencia europeas. Por lo tanto se supone que es totalmente ajena a América latina y sólo puede existir en esta región en conflicto con nuestra verdadera identidad. Algunos se oponen a ella por esta razón y otros la quieren imponer a pesar de esta razón, pero ambos reconocen la existencia de un conflicto que hay que resolver en favor de una u otra. Tanto la modernidad como la identidad se absolutizan como fenómenos de raíces contrapuestas.

A diferencia de estas teorías absolutistas que presentan la modernidad y la identidad en América latina como fenómenos de alguna manera mutuamente excluyentes, yo veo su continuidad e imbricación. El mismo proceso histórico de construcción de identidad, es, desde un determinado momento, un proceso de construcción de la modernidad. Desde el punto de vista de su evolución histórica la modernidad es un proceso complejo que sigue diversas rutas(8). Es cierto que la modernidad nace en Europa, pero Europa no monopoliza toda su trayectoria. Otras rutas son la japonesa, la norteamericana, la africana y la latinoamericana(9). Precisamente por ser un fenómeno globalizante, la modernidad es activa y no pasivamente incorporada, adaptada y recontextualizada en América latina en la totalidad de sus dimensiones institucionales. Que en estos mismos procesos e instituciones hay diferencias importantes con Europa, no cabe duda. América latina tiene una manera específica de estar en la modernidad. Por eso nuestra modernidad no es exactamente la misma modernidad europea; es una mezcla, es híbrida, es fruto de un proceso de mediación que tiene su propia trayectoria; no es ni puramente endógena ni puramente impuesta; algunos la han llamado subordinada o periférica(10).

Su primera fase durante el siglo XIX podría denominarse, con un cierto grado de contradicción, oligárquica, por su carácter restringido. Dos rasgos de esta etapa vale la pena destacar. Primero, en esta fase se adoptan ideas liberales, se expande una educación laica, se construye un estado republicano y se introducen formas democráticas de gobierno, pero todo esto con extraordinarias restricciones de hecho a la participación amplia del pueblo. Segundo, a diferencia de la trayectoria europea, la industrialización se pospone y se sustituye por un sistema exportador de materias primas que mantiene el atraso de los sectores productivos.

De este modo, la modernidad latinoamericana durante el siglo XIX fue más política y cultural que económica y, en general, bastante restringida. Con todo, y a pesar de sus limitaciones, las modernizaciones logradas van de la mano con la reconstitución de una identidad cultural en que los valores de la libertad, de la democracia, de la igualdad racial, de la ciencia y de una educación laica y abierta experimentan un avance considerable con respecto a los valores prevalecientes en la colonia. No se trata de que los nuevos valores y prácticas ilustradas hayan desplazado totalmente al polo cultural indo-ibérico, pero sí lo modificaron y readecuaron en forma importante.

La segunda fase durante la primera mitad del siglo XX coincide históricamente con la primera crisis de la modernidad europea y de alguna manera la refleja, sólo que en América latina las consecuencias son específicas: el poder oligárquico empieza a derrumbarse, la llamada "cuestión social" se hace urgente, vienen regímenes de carácter populista que incorporan a las clases medias al gobierno y se inician procesos de industrialización sustitutiva. Esta etapa de crisis y cambio en América latina va acompañada en sus comienzos del surgimiento de una conciencia anti-imperialista(11), de una valorización del mestizaje(12), de una conciencia indigenista acerca de la discriminación de los indios(13) y de una creciente conciencia social sobre los problemas de la clase obrera.

Más tarde y en el contexto de la gran depresión, esta época difícil parece promover discursos y ensayos de carácter bastante pesimista que acentúan los rasgos negativos de nuestra identidads(14) o sueñan con rescatar los rasgos hispánicos de nuestro carácter(15). De este período son, por ejemplo, las tesis de Martínez Estrada acerca del resentimiento de los latinoamericanos(16); las proposiciones de Alcides Arguedas sobre la duplicidad del carácter boliviano(17) y las ideas de Octavio Paz acerca de la personalidad doble y resentida de los mexicanos(18). Se ve así como una etapa de cambios económicos y políticos importantes va acompañada también de nuevas formas de conciencia social y de una búsqueda identitaria que ensaya varios caminos pero que en todo caso ha abandonado las certezas decimonónicas y que, en algunos casos significativos, intenta afirmar una identidad latinoamericana contra la modernidad. Sin embargo, la línea gruesa pro-moderna de apertura política, derechos sociales e industrialización es en la práctica el eje en torno al cual giran los grandes debates y los procesos identitarios básicos.

La tercera fase desde fines de la Segunda Guerra Mundial, consolida democracias de participación más amplia e importantes procesos de modernización de la base socioeconómica latinoamericana. Entre ellos destaca la industrialización, la ampliación del consumo y del empleo, la urbanización creciente y la expansión de la educación.

Aún con sus deficiencias y problemas, el avance de la modernidad en la postguerra es notable y muestra la continua importancia cultural de las ideas racionalistas y desarrollistas europeas y norteamericanas. Es en esta época que se consolida en América latina una conciencia general sobre la necesidad del desarrollo. Sea en el pensamiento de la sociología de la modernización de origen norteamericano, sea en el pensamiento contestatario autóctono que desarrollaron la teoría de la dependencia y algunos intentos socialistas, o sea en el más reciente neoliberalismo, la premisa básica continúa siendo el desarrollo y la modernización como único medio para superar la pobreza. Sin embargo en todas estas posiciones subsiste la tendencia a pensar la modernidad como algo esencialmente europeo o norteamericano que América latina debe adquirir. La importancia cultural de este hecho y su impacto sobre los procesos de construcción de identidad no deben ser subestimados.

A fines de los sesenta se entra en una nueva etapa de crisis que coincide con la segunda crisis de la modernidad europea: se estanca el proceso de industrialización y desarrollo, viene agitación social y laboral, y se cae en dictaduras militares, los que demuestran la precariedad de las instituciones políticas modernas latinoamericanas en comparación con las europeas. Esta segunda crisis de la modernidad en parte explica y coincide con una crisis de identidad bastante profunda que está, una vez más, marcada por el pesimismo y las dudas acerca de si el camino de la modernidad que se ha seguido ha sido errado. Surgen así en los ochenta neo-indigenismos, concepciones religiosas de la identidad latinoamericana e incluso formas de postmodernismo, todos los cuales son profundamente críticos de la modernidad. Sin embargo, por más serios que son estos ataques a la modernidad, el proyecto de avanzar rápidamente en la senda de la modernidad continua imponiéndose y ahora con un sesgo más radical influido por el neoliberalismo.

De esta trayectoria específica surgen algunos rasgos importantes y peculiares de nuestra modernidad actual que marcan diferencias con la modernidad europea. El primer rasgo al que quiero referirme es el clientelismo o personalismo político y cultural. La incorporación y reclutamiento de nuevos miembros del Estado, las universidades y los medios de comunicación se continúa haciendo a través de redes clientelísticas o personalistas de amigos y partidarios. No existen o están muy poco desarrollados los procesos del concurso público, lo que muestra tanto la ausencia de canales modernos de movilidad social como la estrechez y alta competitividad de los medios culturales y políticos (19).

Un segundo rasgo podría denominarse tradicionalismo ideológico, que consiste en que los grupos dirigentes aceptan y promueven los cambios necesarios para el desarrollo en la esfera económica, pero rechazan los cambios implicados o requeridos por tal transformación en otras esferas(20). Por ejemplo, ciertos grupos dirigentes abogan por la total libertad en la esfera económica pero apelan a valores morales tradicionales de respeto a la autoridad y al orden, de defensa de la familia y la tradición, alimentando dudas sobre la democracia y oponiéndose, por ejemplo, a leyes de divorcio o a la despenalización del adulterio para la mujer(21).

Un tercer rasgo importante que ha subsistido desde la Colonia, a veces en forma más o menos atenuada, a veces en forma más o menos exacerbada, es el autoritarismo. Esta es una tendencia o modo de actuar que persiste en la acción política, en la administración de las organizaciones públicas y privadas, en la vida familiar y, en general, en nuestra cultura, que le concede una extraordinaria importancia al rol de la autoridad y al respeto por la autoridad. Su origen está claramente relacionado con los tres siglos de vida colonial en que se constituyó un fuerte polo cultural indo-ibérico que acentuaba el monopolio religioso y el autoritarismo político (22).

Otro rasgo importante es el racismo encubierto. La existencia de racismo en América latina está bien documentada aunque es un área relativamente descuidada de las ciencias sociales y generalmente no se percibe como un problema social importante (23). Es claro, sin embargo que desde muy temprano ha habido en América latina una valorización exagerada de la "blancura" y una visión negativa de los indios y negros. Es sabido que varios gobiernos intentaron "mejorar la raza" mediante políticas de "blanqueo" que favorecían la inmigración de europeos. Existe también una segregación espacial mediante la cual las regiones indígenas son las más pobres y abandonadas y los barrios pobres de las ciudades contienen una mayor proporción de gente de piel más oscura, sean indios, mestizos, mulatos o negros. Un rasgo significativo que nos diferencia de otras modernidades es la falta de autonomía y desarrollo de la sociedad civil. En América latina la sociedad civil (esfera privada de los individuos, clases, y organizaciones regidas por la ley civil) es débil, insuficientemente desarrollada y muy dependiente de los dictados del Estado y la política. Esta es una de las consecuencias de la inexistencia de clases burquesas fuertes y autónomas que hayan desarrollado la economía y la cultura con independencia del apoyo estatal y de la política.

La marginalidad y la economía informal constituyen otro rasgo típico de nuestra modernidad. A pesar de los procesos de crecimiento económico bastante dinámicos en los noventa, subsiste una marginalidad económica y social en grandes sectores de la población latinoamericana. Un rasgo actual de la modernidad latinoamericana de mucha importancia es la vuelta a una estrategia de desarrollo extravertido, o basado en las exportaciones (export-led), después de años de seguir una estrategia proteccionista para lograr un desarrollo industrial. Pero esta estrategia, no tiene los mismos resultados en toda América latina. Aparte de Brasil y México que logran tasas significativas de exportaciones industriales, el resto de América latina pareciera seguir un modelo extravertido de desarrollo que difiere de las estrategias asiáticas y europeas, por su especialización en la exportación de productos naturales semi-elaborados. Otro rasgo importante es la fragilidad de la institucionalidad política de los países latinoamericanos. La ola de dictaduras militares que empieza en los sesenta y cubre los setenta y parte de los ochenta no respetó ni aun aquellos países que, como Chile, tenían fama de estabilidad institucional. Es cierto que hoy se vive un período de vuelta a la democracia pero los síntomas de la debilidad institucional permanecen muy evidentes en toda América latina y con especial fuerza en Argentina, Venezuela, Colombia, Perú y casi toda América Central.

Es importante mencionar como rasgo relativamente reciente de la modernidad, especialmente la chilena, la despolitización relativa de la sociedad. Las dictaduras militares buscaron una despolitización de la sociedad, eliminando elecciones, aboliendo partidos políticos y cerrando parlamentos. Su política de exclusiones y violaciones de los derechos humanos, sin embargo obtuvo a la larga el resultado opuesto; la sociedad se politizó más intensamente y en un sentido contrario a los gobiernos militares. Esto llevó a la búsqueda de grandes acuerdos y coaliciones que permitieran un retorno a la democracia. Una de las condiciones de este proceso de búsqueda de consenso democrático fue autonomizar el área económica y sacarla de los vaivenes de la discusión política diaria. De ahora en adelante el sistema económico se autorregula de acuerdo a las leyes del mercado y se introduce una política económica de consenso sobre el manejo de las grandes variables macro-económicas. Una vez autonomizado el subsistema económico, la política pierde la capacidad de observar e intervenir sobre la economía. De este modo, lo que había sido un área inmensa de desacuerdo y disputa política, queda fuera de la discusión. De aquí se puede concluir que la redemocratización en Chile, mediatizada por el proceso de autonomización de la economía, ha resultado en una considerable y significativa despolitización de la sociedad(24).

Por último, otro rasgo muy reciente es la revalorización de la democracia política y de los derechos humanos. Sin perjuicio de lo dicho en el punto anterior sobre la despolitización relativa de la sociedad, es obvio que una de las tendencias más poderosas que ha contribuido a ella es la revalorización de la democracia y los derechos humanos por los sectores intelectuales y las mayorías populares de América latina.

En conclusion, la modernidad latinoamericana no es inexistente, ni igual a la modernidad europea, ni inauténtica. Tiene su curso histórico propio y sus características específicas, sin perjuicio de compartir muchos rasgos generales. La trayectoria latinoamericana hacia la modernidad es simultáneamente parte importante del proceso de construcción de identidad: no se opone a una identidad ya hecha, esencial, inamovible y constituida para siempre en el pasado, ni implica la adquisición de una identidad ajena (anglosajona, por ejemplo). Tanto la modernidad como la identidad en América latina son procesos que se van construyendo históricamente y que no implican necesariamente una disyuntiva radical, aunque puedan existir tensiones entre ellos.

Quiero, finalmente tratar de responder a la pregunta acerca de por qué, si los procesos de modernización han ido entrelazados con los procesos de construcción de identidad en América latina, ha existido sin embargo una tendencia tan manifiesta a considerar la modernidad como algo externo y en oposición a la identidad. Esta pregunta es muy difícil de contestar con total seguridad y sólo podemos esbozar algunas hipótesis preliminares. El primer hecho que puede tener importancia en esta explicación es la postergación por tres siglos del comienzo de la modernidad debido al bloqueo colonial español y portugués que estableció barreras culturales que rodearon a sus dominios. Esto significó que cuando los precursores de la independencia empezaron a empaparse de las ideas modernas a través de viajes y contrabando de libros, la modernidad no podía sino presentarse como algo externo que otros habían desarrollado fuera de América latina. Esto dejó una impronta en el imaginario social que tiende a asociar modernidad con Europa o Estados Unidos, y que ha durado por mucho tiempo.

La persistencia de esta idea fue reforzada durante todo el siglo XIX y hasta los años treinta por una economía extravertida y una orientación cultural que continúa mirando hacia Europa como la fuente misma de toda cultura. Cuando empieza la crisis del régimen oligárquico y surgen pensamientos que cuestionan nuestra extraversión, la modernidad aparece una vez más como una imposición externa, esta vez con sentido negativo y contrario a nuestra identidad. Los intentos por encontrar o reafirmar una identidad propia en momentos de crisis llevaron a criticar lo ajeno, y precisamente la modernidad hasta ese momento había sido considerada un fenómeno de carácter extranjero. De allí que por acción y reacción hasta la Segunda Guerra Mundial, desde ángulos opuestos, la modernidad fue concebida como algo externo.

En los últimos cincuenta años la situación ha cambiado pero no totalmente. Varias teorías anti-imperialistas y de la dependencia han continuado poniendo en duda la viabilidad del capitalismo en Latinoamérica mientras el polo neoliberal la luchado por una total y renovada extraversión que en último término logró imponerse. La polaridad entre modernidad e identidad ha por lo tanto continuado en el imaginario social mientras en la práctica nuestra identidad y modernidad continúan construyéndose estrechamente ligadas.


1. Una versión de esta ponencia, más desarrollada en algunos aspectos y menos desarrollada en otros, ha sido publicada en la revista Estudios Públicos, Nº 66, Otoño 1997, bajo el título "La trayectoria latinoamericana a la modernidad".

2. Autores tales como J. PRADO, J. GIL FORTOUL, C.O. BUNGE, J. INGENIEROS, J.B. ALBERDI, D.F. SARMIENTO, propiciaban abiertamente la inmigración europea blanca para mejorar nuestra raza. Véase sobre esto Terán, O., Ed., América latina: Positivismo y Nación, Mexico, Editorial Katún, 1983.

3. Véase VÉLIZ, C., The New World of the Gothic Fox: Culture and Economy in English and Spanish America, Berkeley, University of California Press, 1994.

4. Se incluyen aquí diversas formas de indigenismo, hispanismo y tradicionalismo religioso en las que destacan autores tales como Jaime EYZAGUIRRE, Osvaldo LIRA y Pedro MORANDÉ. E. BRADFORD BURNS es aquí un caso especial porque aunque acepta que la modernidad triunfó en América latina, lo hizo a costa de la identidad y bienestar del pueblo. Véase su libro The Poverty of Progress: Latin America in the Nineteenth Century, Berkeley, University of California Press, 1980.

5. Véase MORANDÉ, P., Cultura y Modernización en América Latina, Cuadernos del Instituto de Sociología, Santiago, Universidad Católica de Chile, 1984.

6. FUENTES, Carlos, Valiente Mundo Nuevo: Épica, Utopía y Mito en la Novela Hispanoamericana, Madrid, Narrativa Mondadori, 1990, pp. 12-13.

7. Véase PAZ, O., El Ogro Filantrópico, México, Joaquín Hortiz, 1979, p. 64.

8. La idea de diversas trayectorias hacia la modernidad ha sido desarrollada por G. THERBORN, European Modernity and Beyond, London, Sage, 1995, y por P. WAGNER, A Sociology of Modernity, Liberty and Discipline, London, Routledge, 1994.

9. Esta clasificación de trayectorias difiere de la propuesta por G. THERBORN y de la usada por C. MARIN en su tesis doctoral. Therborn propone 4 rutas: la europea, la de los mundos nuevos (incluyendo Norteamérica y Sudamérica), la de la zona colonial (África y el Pacífico del sur) y la de los países de modernización inducida externamente (Japón) (Ibíd., pp. 5-6). Marín distingue al menos 5 trayectorias: Europa Occidental, América del Norte y Australia, Europa del Este y la Unión Soviética, América latina y finalmente Japón y el sudeste asiático. Difiero de Therborn porque a mi manera de ver Norteamérica y Sudamérica no pueden ubicarse en la misma trayectoria. Con respecto a Marín creo que Europa del Este es sólo un subgrupo iniciado en 1945 de una trayectoria europea común de 4 siglos y medio; además es necesario considerar a África.

10. BRUNNER, J.J., Cartografías de la Modernidad, Santiago, Dolmen, 1994, p. 144. Cristián Parker se ha referido también a una "modernización periférica" en América latina. Véase su libro Otra Lógica en América Latina: Religión Popular y Modernización Capitalista, Santiago, Fondo de Cultura Económica, 1993, capítulo 3.

11. Especialmente con respecto a las actividades de Estados Unidos. Véase RODÓ, J.E., Ariel, Salamanca, Anaya, 1976.

12. Véase VASCONCELOS, J., La Raza Cósmica, Barcelona, S.A., 1927.

13. Autores importantes de esta tendencia, aunque algunas veces con puntos de vista diferentes son L.E. VALCÁRCEL, M. GONZÁLEZ PRADA, J.C. MARIÁTEGUI, H. CASTRO POZO, V.R. HAYA DE LA TORRE, V. LOMBARDO TOLEDANO y G. AGUIRRE BELTRÁN.

14. De este período son, por ejemplo, las tesis acerca del resentimiento de los latinoamericanos; acerca de la duplicidad del carácter boliviano y acerca de la personalidad doble y resentida de los mexicanos. Véase respectivamente MARTÍNEZ ESTRADA, Ezequiel, Radiografía de la Pampa, Buenos Aires, Editorial Losada, 1946; ARGUEDAS, Alcides "Pueblo Enfermo" en SILES GUEVARA, J., Las cien obras capitales de la literatura boliviana, La Paz, Editorial Los Amigos del Libro, 1975; y PAZ, Octavio El laberinto de la Soledad, México, Fondo de Cultura Económica, 1959.

15. Véase EYZAGUIRRE, J., Hispanoamérica del Dolor, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1947 y LIRA, O., Hispanidad y Mestizaje, Santiago, Editorial Covadonga, 1985.

16. MARTÍNEZ ESTRADA, E., Radiografía de la Pampa, Buenos Aires, Editorial Losada, 1946.

17. ARGUEDAS, A., Op. Cit. en Las Cien obras...Op. Cit.

18. PAZ, O., Op. Cit.

19. Difiero en esto de Manuel Barrera quien ha argumentado que con el tipo de Estado surgido del autoritarismo y del neoliberalismo "ha desaparecido el clientelismo". Pienso que sus argumentos sólo consiguen mostrar una probable disminución del clientelismo en ciertas áreas de la vida nacional, pero en modo alguno su desaparición. Véase M. Barrera, "Las reformas económicas neoliberales y la representación de los sectores populares en Chile", Estudios Sociales, Nº 88, 2 trimestre, 1996.

20. Véase sobre esto GERMANI, G., Política y Sociedad en una Época de Transición, Buenos Aires, Editorial Paidós, 1965, p. 112.

21. Renato Cristi ha argumentado convincentemente que el pensamiento conservador en Chile nunca se opuso al liberalismo como tal, sino más bien al "elemento democrático que se adueña de su capital de ideas a partir del siglo XIX." Véase "Estado nacional y pensamiento conservador en la obra madura de Mario Góngora" en CRISTI, R. y RUIZ, C., El pensamiento conservador en Chile, Santiago, Editorial Universitaria, 1992, p. 157. 22. Como lo ha sostenido J.L. DE IMAZ, "por tres siglos existió una relación muy clara entre el autoritarismo político y el rol legitimador de la Inquisición." Véase Sobre la Identidad Iberoamericana, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1984, p. 121.

23. En el caso del Perú, por ejemplo, FLORES GALINDO ha observado: "En el Perú nadie se definiría como racista. Sin embargo, las categorías raciales no sólo tiñen sino que a veces condicionan nuestra percepción social. Están presentes en la conformación de grupos profesionales, en los mensajes que transmiten los medios de comunicación o en los llamados a los concursos de belleza... el racismo existe no obstante que los términos raciales, suprimidos en los procedimientos de identificación pública, no tienen circulación oficial. Pero un fenómeno por encubierto y hasta negado, no deja de ser menos real." Véase Buscando un Inca, Lima, Editorial Horizonte, 1994, p. 215. Igualmente, en el caso de México, Raúl BÉJAR dice que "es un lugar común decir que en el país no existe discriminación racial..."; pero es posible afirmar que "el prejuicio ha crecido en la historia cultural de México..." y que esto afecta "especialmente al indio o casi indio.. a los negros... y los chinos...". Véase BÉJAR, R., El Mexicano, aspectos culturales y psicosociales, UNAM, México, 1988, pp. 213-214.

24. Véase sobre esto COUSIÑO, C., y VALENZUELA, E., Politización y Monetarización en América Latina, Santiago, Cuadernos del Instituto de Sociología de la Pontificia Universidad Católica de Chile, 1994.